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Pocos escriben casi 200 novelas y ni tienen una calle en su ciudad

Ángel Torres Quesada es uno de esos autores de novelas que se editaban semanalmente y a los que hacían firmar con un pseudónimo en inglés.

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Ángel Torres Quesada es el gran desconocido de las letras de Cádiz, y si me apuran, el gran desconocido de las letras del sur.  A punto de cumplir 77 años, y con casi doscientas novelas en su larga trayectoria como escritor de literatura popular, para muchos de sus conciudadanos y una buena parte del mundo cultural andaluz Ángel Torres es, todavía  hoy, un desconocido.

Nacido en Cádiz en 1940 (“el año de las hambres”, como siempre insiste) Ángel es un escritor autodidacta. De familia de panaderos y, más tarde, dueño de una afamada y añorada confitería en Cádiz, Ángel fue ya desde niño un ávido lector de tebeos y novelas populares: los cómics de Mandrake y Flash Gordon, las novelitas de El Coyote de José Mallorquí. Una deuda que tiene con su hermano  mayor, Juan Torres (que era también, por cierto, un excelente pintor aficionado).

De la fascinación por el futuro llegó la impaciencia por crear ese futuro. Aficionado al dibujo de historietas y a la novela popular (lo que ahora se llaman “bolsilibros” y entonces eran, simplemente, “novelas de a duro”) Ángel escribió una novela propia, pidiendo prestada una máquina de escribir en la Escuela de Comercio donde estudiaba: eran otro tiempos.

Ni corto ni perezoso, envió aquella primera novela a la editorial Valenciana, donde se publicaba la famosa serie Luchadores del Espacio. Un par de consejos editoriales (“la novela es demasiado larga”) y el joven Ángel remodela el escrito de lo que sería su primera novela publicada, Un mundo llamado Badoon, firmada con el seudónimo de Alex Towers. Es 1963. La colección, sin embargo, cerró apenas un número más tarde, y nuestro autor permaneció en hiato durante casi una decena de años.

En ese tiempo, la ciencia ficción se hizo popular. Había películas, tebeos, series de televisión donde el género no era conocido por “una de marcianos” o “una del espacio”. Y en los bolsilibros había varias colecciones dedicadas al tema. Ángel escribió una nueva novela y la envió a la colección más popular del momento, La Conquista del Espacio, de Editorial Bruguera. Una carta de la editorial no recibió el esperado rechazo, sino las directrices de publicación: enviar los originales por triplicado: una copia para la editorial, otra para linotipia, otra para censura.

La novela se llamaba La amenaza del infinito. Era 1971, y aquello marcó el inicio de su colaboración de muchos años con la editorial barcelonesa. Obligado de nuevo por la política editorial, inventó un nuevo seudónimo A. Thorkent (o sea, las iniciales de su nombre y sus apellidos), y como A. Thorkent escribiría más de un centenar de novelitas del espacio y se convertiría en un afamado autor con muchos seguidores en toda España e Hispanoamérica, incluido Brasil, donde se tradujeron ocho de sus obras.

Eran novelas de cien páginas donde Ángel, pronto, empezó a experimentar con la idea de escribir una gran saga: cariño hacia los personajes, deseo de explorar las posibilidades de un gran imperio galáctico con valores democráticos. La editorial, sin embargo, no estuvo por la labor y más de una y más de dos veces desaconsejó al escritor que siguiera por esa línea.

Testarudo, en vez de contar las historias de manera lineal, Torres Quesada optó por ir saltando en el tiempo y la biografía de su Orden Imperial, luego convertido en Orden Estelar. Lo que ni la editorial ni Ángel sabían entonces era que aquel truco narrativo causaba furor entre sus lectores, y que muchos años más tarde, por medio de una nueva editorial, Robel, serían reeditadas en el orden (estelar) cronológico, para satisfacción de todos.

Una de tantas crisis editoriales llevó a Bruguera a echar el cierre, dejando a los autores de bolsilibros desamparados. Todavía tendría tiempo Ángel Torres de escribir alguna novela de a duro más en otras editoriales (recurriendo a recuperar su viejo seudónimo y alternar los dos), pero el formato ya se le había quedado corto desde hacía tiempo y  coqueteaba desde principios de los años ochenta con novelas más largas, publicadas con su nombre. Fue el salto a la primera división del fantástico en España, y con la novela Las islas del  infierno (1988) y sus dos continuaciones (Las islas del paraíso y Las islas de la guerra)  obtuvo por fin el reconocimiento que se merecía dese hacía años.

No ha dejado de escribir novelas desde entonces, alguna, como Los vientos del olvido, con una interesante extrapolación del radicalismo religioso que resultó profética. Torres Quesada ha sido finalista del premio Minotauro, ganador de la beca Pepsi de la Semana Negra de Gijón, ganador del premio UPC de ciencia ficción, y recibió el prestigioso Gabriel a la labor de toda una vida dedicada a la ciencia ficción.

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