Hillary Clinton, una de las figuras políticas más escudriñadas de su generación, ha desarrollado una alergia a las conferencias de prensa que agrava su ya complicada relación con los medios de comunicación, pero que probablemente no le hará tanto daño en las urnas como espera su rival, Donald Trump.
La última vez que la hoy candidata demócrata ofreció una conferencia de prensa formal, las calles de Estados Unidos empezaban a adornarse por Navidad, las elecciones primarias aún no habían comenzado y el consenso entre los analistas era que Trump acabaría estrellándose en su insólita carrera hacia la candidatura republicana.
Fue el 5 de diciembre de 2015, hace 274 días, una cifra que Trump y el Comité Nacional Republicano (RNC) se encargan de actualizar diariamente en correos electrónicos enviados a los periodistas.
La candidata demócrata, que arrastra una difícil relación con la prensa desde que era primera dama, ha desarrollado una sofisticada estrategia mediática que le permite controlar al máximo el mensaje, y esquivar el factor de imprevisibilidad que implicaría el someterse sin barreras a las preguntas de los periodistas que la cubren.
Clinton ha concedido unas 350 entrevistas este año, aunque la mayoría han sido tan breves -entre tres y ocho minutos- que hacían imposible profundizar en cualquier tema; y muchas las hicieron simpatizantes o humoristas, no periodistas, según un análisis de la radio pública estadounidense NPR.
También ha respondido a preguntas de periodistas en contados actos de campaña, como hizo en agosto durante la conferencia de las asociaciones de periodistas afroamericanos e hispanos (NABJ-NAHJ), pero solo tres reporteros que habían sido preseleccionados para ese acto pudieron hacer preguntas a la exsecretaria de Estado (2009-2013).
"Parece que la campaña (de Clinton) no ve cuál sería el beneficio de convocar una conferencia de prensa", dijo a Efe un experto en comunicación política en la Universidad de Dayton (Ohio), Daniel Birdsong.
"Hoy en día, los candidatos pueden expresar sus mensajes mediante sus propios medios -anuncios de televisión, YouTube, Facebook, Twitter y sus páginas web- y esquivar a los medios de comunicación más fácilmente que antes, así que hay pocos incentivos para que Clinton convoque una conferencia de prensa", agregó Birdsong.
Hace unas semanas, la campaña de Clinton estrenó un podcast, llamado "With her" (Con ella) y dirigido por uno de sus simpatizantes, Max Linsky, quien en su primer episodio aclaró que no era "periodista ni imparcial" y preguntó a la candidata cosas como a qué hora se levantaba cada día o en qué pensaba antes de acostarse.
El tratamiento de la prensa por parte de Clinton puede parecer lo suficientemente correcto en comparación con el de Trump, que tiene listas negras de medios vetados en sus actos y a menudo anima al público de sus mítines a abuchear a los "deshonestos" periodistas presentes.
Pero el magnate da conferencias de prensa a menudo y, para muchos periodistas, la reticencia de su rival a hacer lo mismo es especialmente grave debido a los escándalos de sus correos electrónicos y de la Fundación Clinton, y la impresión entre muchos votantes de que la candidata demócrata no es de fiar.
El 56 % de los estadounidenses tienen una imagen negativa de Clinton, según una encuesta publicada por el diario Washington Post y la cadena ABC esta semana, al mismo tiempo que Trump recortaba distancias con ella en los sondeos de intención de voto.
"Evitar a la prensa cuando parece que vas a ganar las elecciones puede darte una ventaja táctica, pero también significa que el público está menos informado, y puede hacer que el candidato en cuestión esté menos preparado para responder a preguntas difíciles", afirmó Kathleen Hall Jamieson, profesora de comunicación política en la Universidad de Pensilvania, a la revista "The Atlantic".
Para Robert Lehrman, profesor de comunicación pública en la American University, la cuestión se reduce a que la candidata demócrata no "ganaría" nada si diera conferencias de prensa.
"¿Acaso ha perdido algún punto en una encuesta por evitarlas? ¿Va a costarle algún estado que necesite para ganar? ¿Sería mejor su índice de "confianza" si hubiera dado conferencias de prensa? Por supuesto que no", aseguró Lehrman a Efe.
"Si no convoca ninguna antes del 8 de noviembre (día de las elecciones), eso podría perjudicarla un poco. Pero ahora mismo no. Le merece más la pena dedicarse a otras cosas", opinó el experto.
En cualquier caso, el recelo de Clinton parece tener algo que ver con su mal historial con la prensa, a la que se rumorea que llegó a odiar en su época de primera dama (1993-2001) y a la que ha acusado de alimentar un "doble estándar" misógino respecto a ella y otras mujeres poderosas.
Antes de lanzar su segunda carrera presidencial, en marzo de 2015, Clinton dijo a un grupo de periodistas que quería "una nueva relación con la prensa", con la que había tenido una interacción "a veces, digamos, complicada".
"Esto es un nuevo comienzo. Una nueva nieta, un nuevo peinado, una nueva cuenta de correo, una nueva relación con la prensa. Sin más secretos, sin más zona de privacidad. Al fin y al cabo, ¿en qué me ha beneficiado todo eso?", aseguró entonces Clinton.