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Tú también podrías ser Raquel

Raquel Aranda tiene ahora 39 años, pero cuando le comunicaron que tenía cáncer de mama, tenía 35 y acababa de dar a luz hacía cuatro meses a su segunda hija: “me noté un bulto mientras estaba dándole el pecho a la niña y creyeron que era una mastitis, aunque yo no tenía fiebre”

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Ya han pasado tres años y Raquel necesita pasar página. Ha llevado bien la  enfermedad aunque reconoce que ha tenido “momentos de bajón y de llorar como una niña pequeña”, desde que en 2012 un médico le comunicó que padecía cáncer de mama. Raquel Aranda tiene ahora 39 años y entonces tenía 35 y acababa de dar a luz hacía cuatro meses a su segunda hija: “me noté un bulto mientras estaba dándole el pecho a la niña y fui al médico”, explica.
No pensaron que fuera cáncer: “era joven, acababa de dar a luz y estaba dando el pecho”. Nada hacía esperar lo peor: “el médico de la seguridad social llegó a decirme que sería una mastitis, pero yo no tenía fiebre”. Y por descartar le prescribieron una mamografía que no llegó: “empecé a sospechar y fui a un ginecólogo privado que me hizo una punción en la consulta. Y cuando le pregunté si era algo malo, el médico bajo la mirada y me dijo que no podía saberlo todavía”. Empezó a sospechar y a temer. “El miedo no se te va nunca”.
Cuando recibió la noticia, todo se paralizó. Así al menos lo recuerda ella: “aunque yo sospechaba que sería cáncer, porque mi madre había fallecido hacía poco por cáncer de ovarios, cuando el médico me lo confirmó no fui capaz de reaccionar ni de soltar una lágrima. Estaba en shock”. Recuerda a su hermana llorar, pero ella solo “escuchaba atentamente lo que me explicaba el médico que había que hacer”. Lloró. “Cuando en mi casa se lo conté a mi marido se me vino el mundo encima. Yo sabía que el cáncer de mama tiene un índice de curación muy alto, pero yo solo podía pensar en mis dos hijas. La pequeña solo tenía entonces cuatro meses”. La madre de Raquel había sufrido el proceso de quimioterapia y ella había vivido de cerca las consecuencias del tratamiento contra el cáncer, y eso le hizo temer “tener que quedarme en la cama, no poder trabajar, cuidar de mis hijas, estar sola... Mi hermana estaba trabajando y mi marido también. No tenía a mi madre, mi suegra estaba en Barcelona. Pasé mucho miedo”.
Decidió no darse por vencida. Sabía que la quimioterapia podría debilitarla, así que eligió operarse primero para “aguantar bien la operación”.
A Raquel le harían una mastectomía y una reconstrucción del pecho en la misma operación. Pero cuando salió del quirófano, se llevó una decepción: “me dijeron que el cáncer era más profundo y habían tenido que tocar el músculo, por lo que no puedieron poner la protesis en el mismo momento porque el músculo no lo aguantaría”. No fue lo que esperaba. Pero fue valiente: “cuando vino la enfermera a curarme por primera vez después de la operación me dijo: ‘Raquel, tienes dos opciones: darte por vencida o coger el toro por los cuernos. ¿Tú qué quieres hacer?’, y yo respondí que quería coger el toro por los cuernos”. Así que cuando la enfermera la descubrió se atrevió a mirar: “esto es lo que hay y hay que tirar para adelante”, cuenta que se dijo a sí misma. “Ni mis hijas ni mi marido iban a quererme menos por tener un pecho menos”. Cuenta que el impacto de verse el pecho operado se disipó al pensar que “lo malo ya no está”.

Larga quimioterapia
La batalla de Raquel contra el cáncer no había terminado, y aunque “lo llevé muy bien”, llegó el momenta que ella más temía: la quimioterapia. “Me dijeron los médicos que el pelo se me iba a caer sí o sí. Los demás efectos secundarios podrían darse o no, pero el pelo se me caería a los 15 días”. Cuando se cumplieron 15 días desde que empezó la quimioterapia “me eche las manos a la cabeza, tiraba y no se me caía y pensé ‘me voy a librar’. Ilusa yo”. Al día siguiente empezó a ver los efectos y no lo dudó: “llamé a mi sobrina y le dije que me pasara la maquinilla, me compré una peluca por mi hija y un pañuelo”.
A su hija le explicó que “a mamá le había entrado un bichito y le iban a poner un jarabe muy fuerte para curarla que haría que se le cayera el pelo, pero crecería luego y no pasaba nada”. Cuenta que su hija le dijo que cómo saldría a la calle sin pelo: “¡el resto de los niños te mirará!”. “Por eso me compré la peluca, pero luego mi hija me dijo que estaba más guapa con el pañuelo que con la peluca. Y empecé a llevarla. No me ha importado que la gente supiera que tenía cáncer”.
Sus hijas lo han naturalizado “a veces mejor que los adultos”. Y para la pequeña, que casi acababa de nacer cuando Raquel sufrió el cáncer, su madre “tiene la tetita rota”, cuenta Raquel con mucho humor. “Sí, cariño. A ver si pronto los médicos me arreglan la tetita”. Es lo que le queda a Raquel para cerrar el capítulo con final feliz del cáncer de mama.

La reivindicación real del lazo rosa

El pasado lunes se celebró el día mundial del cáncer de mama, una cita en la que se conciencia sobre una enfermedad de la que nadie está exento. Para 2016 se prevé detectar unos 26.000 casos de cáncer en la provincia. Si se detecta a tiempo, el 90% de los casos se curan, por lo que la detección temprana es primordial.
El hecho de ser joven o ser madre lactante, como le ocurrió a Raquel, no es seguro de estar a salvo de la enfermedad, por eso “siempre hay que consultar a los médicos en caso de cualquier bulto”, aconseja según su propia experiencia.
El 19 de octubre es el día de los lazos rosas, pero a esa simbología subyace “las listas de esperas y las secuelas de los que sobrevivimos al cáncer”, reivindica Raquel. “Las mujeres que somos operadas estamos en listas de espera eternas para la reconstrucción del pecho”, se queja. “Llevo un año con un expansor [una prótesis provisional] esperando la prótesis definitiva y no llega”. Y es que “los recortes en sanidad nos afectan mucho”. El caso más cercano a Raquel, el de la reconstrucción y también la falta de la unidad de radioterapia: “tenemos que ir todos los días a Sevilla. Es necesaria una unidad en Jerez”.

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