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19/05/2024  
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Arcos

“Tengo todo el tiempo del mundo para reflexionar”

Entrevista con el profesor jubilado José Tajahuerce

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  • José Tajahuerce. -

Sea hablando del sabor o el veneno de una seta, de un dato histórico o de una anécdota en sus continuos peregrinajes a Santiago de Compostela, el profesor José Tajahuerce se muestra vehemente, apasionado, gesticulante. Para él la vida es una desmesura que hay que compartir y la comparte hablando. Pero hablando con todo el cuerpo, porque la vida, lo que él quiere compartir, es algo maravilloso, grande, inconmensurable.


Y por eso te enamora de las cosas cuando te las cuenta: te pondera el sabor de un vino, o el verde de un paisaje gallego, y te entran ganas de beber un trago o de irte corriendo a Lugo, para patear los caminos guiado por la flecha amarilla de los peregrinos.


Es profesor jubilado y ha dado sus mejores años profesionales a la enseñanza de los arcenses. Todo un lujo. Algunas mañanas puede vérsele por la Delegación de Cultura desentrañando documentos para a su vez desentrañar nuestro pasado. Otras veces se va a coger setas y en alguna ocasión, cuando preguntas por él, alguien te cuenta que está de nuevo en el Camino, recorriendo aldeas y entrando en iglesias románicas pequeñitas como la casa de un pobre pero presididas por una Virgen juvenil, centenaria y maternal.
Pero mejor que él nos lo explique.

Es usted soriano pero su profesión de enseñante le trajo a Arcos. ¿Desde cuando aquí? ¿Cuál es su experiencia arcense como profesor?
—Nací en un pueblecito de la provincia de Soria y enseguida, con doce años, mis padres me enviaron a un internado de la capital para iniciar estudios; como a mis hermanos, lo hacían para que nos preparásemos y pudiéramos tener una vida mejor; eso les suponía un enorme sacrificio económico y personal pues de pequeños nos veían cada dos o tres meses y de mayores tuvimos que irnos lejos para desarrollar nuestra profesión. Tras el Servicio Militar me dirigí a Barcelona donde comencé mi andadura en esta hermosa profesión de maestro. Tras una larga e intensa etapa personal y profesional mi esposa y yo consideramos que nos vendría bien un cambio de aires; corría el año de 1995 cuando nos trasladamos a Andalucía muy influidos por unos muy buenos amigos de Granada que nos hablaron del sol, del mar, de la gente…de otra forma de vida, sin el agobio de las grandes ciudades. La intención era estar unos años para, posteriormente, regresar a nuestra tierra. Nos instalamos en Conil y yo viajaba cada día a Arcos donde estaba mi puesto de trabajo, en el colegio Alfonso X del Barrio Bajo; aquí hubo un punto de inflexión que inclinó la balanza a favor de permanecer en Arcos: la acogida por parte de mis compañeros y compañeras fue extraordinaria, mi esposa enseguida se sintió arropada por ese grupo y decidimos asentarnos aquí; sumemos a ello la cercanía de Jerez, Sevilla, Cádiz, las playas y la Sierra, todo un lujo a nuestro alcance. Cuando comenzaron mis problemas de salud pedí traslado al colegio de Los Cabezuelos para trabajar con niños con necesidades educativas especiales; eran grupos muy pequeños y tenía la esperanza de que mi salud aguantaría pero no fue así, se sucedieron las cirugías y finalmente me jubilaron; fue un mazazo pero la vida seguía, así que me adapté: cursé un máster de Archivística y eso me permitió iniciar una nueva actividad, investigar a partir de los archivos.


Está usted jubilado, así que tiene tiempo para su gran pasión, que es la Historia. ¿Qué es la Historia, cómo se estudia y cómo repercute en la actualidad?
—Efectivamente, la Historia siempre fue mi pasión, de hecho, ya casado y con dos hijas, estudiando de noche y los fines de semana conseguí la licenciatura de Historia, empresa superada con el inestimable apoyo de mi esposa. La Historia es una disciplina que estudia sobre todo el pasado en todas sus facetas: políticas, sociales, económicas…Es obvio que se estudia en los libros y que de los documentos guardados en los archivos se extraen los conocimientos, pero existen otras fuentes como construcciones o sus restos, la estructura urbanística de ciudades y pueblos, los nombres de sus calles, los paisajes e incluso el paisanaje, las personas con sus rasgos físicos, sus costumbres…todo ello nos acerca al conocimiento de la Historia,  que a su vez debe proyectarse hacia el presente para ayudarnos a entenderlo, e incluso poder prever el futuro con el fin de no repetir errores, trágicos en demasiadas ocasiones. Es fascinante estudiar las antiguas civilizaciones, Grecia, Roma, el mundo musulmán…, y constatar que muchos fundamentos de nuestra sociedad provienen de allí y permanecen en nosotros. En nuestro entorno es interesantísimo, aunque en ocasiones sobrecoja, conocer el desarrollo del movimiento obrero en Arcos o el expolio al que  la ciudad fue sometida por los franceses durante la Guerra de la Independencia, y ello es posible consultando la documentación que guarda el Archivo Municipal de Arcos. Cuando presenciamos la regresión en los derechos sociales que se está produciendo, podemos y debemos acudir a la Historia para constatar el enorme sufrimiento que costó a las generaciones que los consiguieron.


Hablando de pasiones una culinaria: las setas. Es usted un entendido en este alimento que puede alegrar un almuerzo pero que también puede matar. ¿Es esta comarca rica en setas, de las buenas y de las venenosas?
—Desde pequeñito comencé a coger setas siguiendo la tradición familiar; esperaba con impaciencia las lluvias otoñales para buscarlas y llevárselas a mi madre quien, de manera exagerada, alababa mi destreza antes de cocinarlas. Al llegar a Cádiz una de mis mayores sorpresas fue encontrarme con un paraíso micológico: había setas de todos los colores, tanto en los llanos de la Sierra como en los recónditos bosques de alcornoques; a la belleza de esos parajes se unía la abundancia y variedad de setas que allí se daban. En aquellos años se contaban con los dedos de una mano los buscadores de setas; hoy en día se ha extendido enormemente esta práctica que por un lado está bien, es bonito ver a gente ilusionada disfrutando del campo y de sus productos, pero esto conlleva algún problema y mucho peligro, me explico: la enorme afluencia de buscadores hace que el bosque se deteriore, que empiecen a aparecer desperdicios; el uso de rastrillos deshace el manto vegetal del suelo; el tema está pidiendo cierta regulación como ya ocurre en la Meseta y otros lugares. Del peligro ya advirtió en este mismo medio mi amigo y experto micólogo Miguel Olivera: hay setas preciosas que no son comestibles y algunas son mortales; hay un dicho: “Todas las setas se comen, algunas sólo una vez”.


De vez en cuando pregunta uno por usted y los amigos te dicen: “José está en el Camino de Santiago”. ¿Cuántas veces ha hecho usted camino al andar, como dice Machado? ¿Qué es para usted el Camino de Santiago?
—Ya desde el Bachillerato me entró el gusanillo con el Camino de Santiago, vía de peregrinación y de entrada de ideas nuevas desde Europa; el Románico y el Gótico me deslumbraban. Tras mi temprana jubilación pensé que aparecía ante mí una excelente oportunidad; me informé un poco, compré una guía muy simple, llené una vieja mochila de mis hijas y me planté en Roncesvalles, en el Pirineo navarro con mucha ilusión, incertidumbre y algo de miedo: a lo desconocido, a la soledad, al fracaso…Dormí en el albergue con docenas de personas de diferentes nacionalidades y muy temprano y nervioso me planté ante un cartelón que decía que hasta Santiago quedaban 790 kilómetros; fueron 25 días ininterrumpidos caminando, durísimos física y mentalmente pero imborrables. He regresado otras 7 veces, la última en marzo, y si tengo salud volveré .¿Qué ofrece el Camino para que muchos repitamos y repitamos? No es fácil explicarlo, cada uno tiene su motivo: religioso, turístico, la naturaleza, el arte, gente diferente, libertad absoluta en la toma de decisiones… Probablemente cada uno de nosotros lleva dentro un poco de muchos de esos motivos. Yo personalmente me encuentro a mí mismo, tengo todo el tiempo del mundo para reflexionar sobre los variados aspectos de la vida, practico el simplismo material, tengo suficiente con muy poco y quedo agradecido cuando me ofrecen un camastro con una colchoneta donde descansar durante la noche en alguno de los numerosos albergues que esperan a los peregrinos a lo largo del Camino. Allí espero impaciente el amanecer para continuar caminando más allá, ULTREIA, hasta llegar a Santiago, darle un abrazo a su imagen, compartir la alegría de la llegada con aquellos a quienes he ido viendo en diferentes lugares y, en el primer tren, regresar a casa para rememorar los días pasados y comenzar a hacer cálculos para el siguiente Camino.

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