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Sevilla

Antonio Ferrera le cuaja a un \"victorino\" la faena de la feria en Sevilla

El diestro extremeño Antonio Ferrera cuajó la que ha sido la mejor faena de la feria de Sevilla, que hoy concluía, a un toro de Victorino Martín del que sólo cortó una oreja por fallar con la espada

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  • Antonio Ferrera -

El diestro extremeño Antonio Ferrera cuajó la que ha sido la mejor faena de la feria de Sevilla, que hoy concluía, a un toro de Victorino Martín del que sólo cortó una oreja por fallar con la espada.

 

FICHA DEL FESTEJO.- Toros de Victorino Martín, cinqueños todos, bien presentados, aunque dispares de hechuras, y de juego descastado en su conjunto, salvo cuarto y quinto, que tuvieron nobleza y calidad en la muleta.

Antonio Ferrera: estocada desprendida (palmas); y media estocada baja y estocada trasera desprendida (oreja).

Manuel Jesús "El Cid": media estocada trasera desprendida (silencio); y estocada baja (leve división de opiniones).

Iván Fandiño: tres pinchazos y descabello (silencio); y media estocada tendida (silencio).

La plaza tuvo dos tercios de entrada en tarde de calor sofocante, en el último festejo de la feria.

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UN TORO BIEN TRATADO

 

Se iba ya la feria de Sevilla por el desagüe del olvido y la resignación, mientras se habían lidiado ya tres toros de Victorino Martín desrazados y vulgares, entre un calor sofocante y el tedio de una tarde anodina.

Y en esas salió el cuarto, "Disparate" de nombre, un "victorino" veleto y abierto de cuerna que pareció afligirse en los primeros tercios y que fue protestado por el público por flojear al salir del caballo de picar. Uno más, parecía.

Pero las tornas cambiaron en cuanto Antonio Ferrera cogió las banderillas y fue encelando al toro a cuerpo limpio, haciéndole galopar en los jugueteos y en los recortes tras clavarle los palos con sinceridad.

Fue un tercio cargado de torería, y especialmente un segundo par de banderillas en el que el extremeño llegó andando casi a la misma cara del cárdeno para provocarle la embestida.

Sonó con alegría la música en el que fue uno de los momentos estelares de la feria. Y siguió sonando en cuanto Ferrera, prácticamente enseguida, encontró las claves del buen trato técnico para hacer que ese toro de nobleza dormida fuera despertando tras los vuelos de su muleta.

La distancia exacta en los cites, ni muy encima ni muy distanciado, el pulso firme de las muñecas, la espera justa entre pase y pase y la suavidad de movimientos de la tela hicieron que la faena fuera creciendo en hondura y emoción artística.

Dos series de naturales, aunque al toro le costaba rematar tras cada tercer muletazo por su escaso gas, tuvieron una gran intensidad, con pases de largo viaje, templados a pulso y con un Ferrera siempre reposado en la arena, haciendo el toreo con la seguridad y la solera que dan el poso de los años.

Y aún hubo más, porque el pacense clavó después el estoque simulado en la arena para torear también al natural con la mano derecha, igual de relajado, y redondear la obra con un larguísimo cambio de mano.

Vibró y jaleó el buen toreo la Maestranza como no lo había hecho a lo largo de los diez largos días anteriores, y por eso le hubiera dado sin dudar las dos orejas a Ferrera de no haber dejado el extremeño una media estocada defectuosa en el primer intento. Aun así, la solitaria oreja que paseó fue la de más peso específico de las sólo cinco concedidas en todo el abono.

El otro toro con posibilidades de la corrida de Victorino Martín fue el quinto, otro cárdeno también noble, y también con muy abundantes y buenas embestidas por el pitón izquierdo.

Fue el animal el que puso el ritmo en la primera parte de la faena, sin que El Cid acertara a gobernarlo con el mando necesario. Hasta que, en un visible esfuerzo por quedarse quieto, el torero de Salteras consiguió algunos naturales estimables entre un conjunto de desigualdades y desajustes técnico y anímicos. Más o menos como le pasó con el soso segundo de la tarde.

El resto de la corrida careció de interés y emoción, en tanto que a Iván Fandiño le cupieron en desgracia dos toros que acabaron rajándose y desentendiéndose muy pronto de su persistente muleta, exactamente igual que el primero de Ferrera.

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