Con la llegada del mes de abril, en muchos puntos de la Sierra Sur comienza a verse un reguero blanco que nos habla de que la floración del cerezo ha llegado. Sin embargo, esta eclosión floral está lejos de adquirir las dimensiones que se producen en otras partes de España, en las que ha adquirido incluso carácter de reclamo turístico. Pero más allá de lo estético, lo que se constata es una disminución del peso específico de este cultivo en nuestra comarca. Así lo asevera el ingeniero agrónomo Antonio Manuel Conde, que cuenta, además, con una explotación familiar en Castillo de Locubín.
“El cultivo del cerezo en la provincia de Jaén, y particularmente en el municipio de Castillo de Locubín, representa un componente clave en la diversificación agrícola. Es una zona caracterizada por su orografía acusada y minifundios de cultivos leñosos. El cerezo, tradicionalmente asociado a explotaciones agrícolas familiares, ha desempeñado un papel importante tanto en el mantenimiento del tejido socioeconómico rural como en la conservación del paisaje agrícola y la biodiversidad. Sin embargo, la superficie de cerezo ha disminuido notablemente en las últimas décadas en la provincia, situándose en apenas 478 hectáreas en 2023 según datos de Esyrce (Encuenta sobre Rendimientos y Superficie de Cultivos, que elabora el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación). De esta superficie, 278 ha se consideran asociación de cultivos, en este caso, olivar-cerezo, lo que refleja las escasas fincas de cerezos únicamente”.
Este declive, según Antonio Manuel Conde, responde a múltiples factores, entre los que destacan la elevada variabilidad climática, el encarecimiento de los costes de producción, la escasa mano de obra para la recolección, la falta de relevo generacional, la presencia de plagas emergentes y la creciente competencia de otras regiones productoras.
“En este contexto, urge promover medidas de apoyo técnico y económico que favorezcan la resiliencia del cultivo y la valorización de la cereza como producto agroalimentario de calidad ligado al territorio. Existen oportunidades para revitalizar este cultivo mediante la adopción de buenas prácticas de manejo eficientes, sostenibles y rentables. La innovación en los procesos de comercialización, y la creación de una marca de calidad diferenciada que refuerce el vínculo entre la cereza y su origen, es clave para generar valor añadido y arraigo para las generaciones futuras”, concluye.