En el día de hoy, 14 de agosto, se ha conocido la noticia de la muerte de Marcelino Serrano, empresario vinícola alcalaíno que llevaba décadas siendo el abanderado de la recuperación del vino de calidad en una tierra como Alcalá la Real, cuya historia, por lo demás, está ligada históricamente a este cultivo desde los mismos tiempos de la Reconquista. Decir Marcelino Serrano es evocar a una persona que luchó y creyó en las posibilidades que ofrecía el vino de nuestra tierra, dejando atrás los tradicionales vinos del terreno para crear vinos de autor que devolvieron el prestigio al vino de Alcalá, como lo tuviera hace siglos, para llevarlo incluso fuera de nuestras fronteras.
Nacido en Alcalá, en 1947, Marcelino Serrano había estado ligado al mundo del vino desde muy pequeño. Según él mismo contaba, su abuelo Ramoncico, el de Los Canarios, ya le ponía un vaso de vino en la mesa cuando era niño. Su vínculo iba incluso más allá, puesto que se dedicaba también a vigilar los viñedos junto a su padre. De esos años arrancaría, a buen seguro, su pasión.
Eran tiempos en que se elaboraba en muchas casas el vino para autoconsumo, o para la venta en las pequeñas tabernas que salpicaban el casco antiguo. Era un vino de nueve o diez grados, que se tomaba casi como un refresco. Sin embargo, la llegada de la filoxera acabaría con casi todas las variedades y el cultivo dejaría de ser rentable en los años cincuenta, siendo paulatinamente sustituido por el olivar o los cereales.
Este temprano vínculo con el vino se rompería cuando a Marcelino le llega la hora de hacer la mili y es destinado a Barcelona. En la Ciudad Condal terminaría sacándose el título de electricista y a su regreso a Alcalá montaría su propia empresa para dedicarse ya a esta profesión. Una etapa de treinta años que cerró como profesor de Electricidad y Electrónica en la SAFA. Pero, lejos de conformarse con disfrutar de un merecido descanso, Marcelino vio entonces la ocasión de retomar esa pasión de la que, en el fondo, nunca se había desligado del todo.
Su afán de formación le hizo interesarse por un curso de Enología que se impartía en Cabra. Corría el año 1996 y sería el comienzo de una trayectoria que le llevaría, en 2002, a crear, ahora sí, una empresa vinícola que, con el pasar del tiempo, se ha convertido en santo y seña del sector en Alcalá: Viñedos y Bodega Marcelino Serrano. Una empresa en la que, junto a su hija Blanca Serrano, se han creado caldos cuyos signos distintivos son la obstinación por hacer bien las cosas, por crear marcas singulares, dominadas por la personalidad y el afán de hacer cada vez mejores vinos.
Durante años, el Paraje del Cascante, donde se encuentra la bodega familiar, ha sido lugar de visita de aficionados y entendidos, que han tenido ocasión de conocer cómo y dónde se fabrican unos vinos en los que lo más importante no es obtener una gran producción, sino elaborar vinos mimados por sus creadores, a partir de variedades como la chardonnay, con la que se elabora el excelente blanco fermentado en barrica que lleva el nombre de Blanca María; o las cabernet sauvignon, merlot, graciano o incluso torrontés, una variedad que antaño tuvo arraigo en la zona, y con el que se hace un gran espumoso.
Ahora es precisamente Blanca, su hija, enóloga de extensa formación y mano derecha en toda esta aventura, la que recoge el testigo de la gran creación de Marcelino, en la que ella tiene, sin duda, una significativa parte de protagonismo. Con él compartía esa misma pasión, ese mismo empeño por hacer vinos de calidad desde nuestra tierra. Y estos son, ciertamente, los ingredientes imprescindibles para el éxito.
