El director del manicomio no tuvo más remedio que tragar. Comprendió que no todos los días sale de Cádiz un bergantín goleta tan fantástico como el Juan Sebastián Elcano. Así que fuimos en tromba a convencerlo y por fin nos dejó salir con la condición de que ninguno se fuera montado en los palos del barco a otros mundos allende los mares. Lo prometimos, porque dónde íbamos a estar mejor que en la capital del Paraíso. Ilusionados nos fuimos a Cádiz muy tempranito y había en las calles un silencio atronador. Los parados y los jubilados dormían, por lo que la actividad en la capital era nula. Solamente los locos aparecimos por las naves de la iglesia a ver qué pasaba. Estaba el Convento de Santo Domingo a tope de gente joven. Pudimos leer que el bergantín goleta iba a realizar el 96 crucero de instrucción con más de 200 locos a bordo. Estuvimos observando las caritas de esos locos y la mayoría no sobrepasaba los 22 años. Pensando, pensando, llegamos a la conclusión de que había que estar volado para meterse en un cascarón que a las primeras de cambio iba a bailar de verdad. Hacía levante. Algún periodista, en su afán por meterle poesía al asunto, escribía que el levante mecía y acariciaba la nave. Nada de eso. El levante impidió el que muchos veleros acompañaran a Elcano hasta la bocana del puerto con las velas desplegadas. A mí se me cruzaron las ideas y, como estamos en pleno concurso de Carnaval en el Falla, me acordé de un tango que escribió Antonio Martín en el año 1987 para el coro de la Viña Cuarenta en bastos sobre el futuro de Elcano
Aunque la música es una preciosidad, no puedo poner aquí la partitura, porque no cabe; sin embargo entre los tangos hay uno que merece la pena leerlo. Empieza con estos versos:
Como en un vuelo mágico
acariciando las aguas plácidas
de esta tierra;
con un aire nostálgico
señalando una fecha histórica
se marchó el bergantín goleta
dichoso de su honra marinera,
el viejo buque escuela
que por “to” el mundo luciendo lleva
con gran orgullo su pabellón.
Y la multitud que se agolpaba en el muelle se puso a cantar una salve marinera como plegaria sincera para verlo regresar. Digo “to” entre comillas, porque el tipo del coro era de gente bruta. Asegura después que no hay nada más gaditano que ver al Juan Sebastián Elcano cruzando por la Alameda, y en los últimos versos termina con una recomendación a los gaditanos. Canta el coro que el buen gaditano, ese que no abandona, luchará, si puede, con toda su alma para que Elcano nunca se vaya para Barcelona. Bueno, eso depende. Como lo exija Puigdemont, el delincuente prófugo de la justicia, ya está el barco allí. Y todo, a pesar de que el Juan Sebastián Elcano es como un hijo nuestro que siempre vuelve a su tierra a lavarse la cara para emprender el siguiente viaje por el mundo. En fin, que los locos volvimos al manicomio un poco emocionados, porque las despedidas siempre son tristes y melancólicas. Esperemos que toda la tripulación vuelva con las caras sonrientes por haber vivido una aventura llena de sorpresas buenas y menos buenas.
A alguien de la tripulación le voy a pedir un favor: que, cuando vuelvan, nos cuenten a los locos que aquí quedamos cómo les fue el viaje. Adiós.
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