«España de mis amores, cuánto te odio». Esa simple frase responde a la sensación que tengo cuando pienso en este país precioso, bellísimo, riquísimo, multicultural, con una Historia tan larga… Pero sin cultura. Y lo que es peor: muy especializado en devorar a sus mejores hijos. Luis Eduardo Aute.
No es nuevo. Desde que en el siglo XIX con las dos Españas que ya llamaban el problema o la cuestión o el ser de España y que para nuestra desgracia se agudizó con el conflicto bélico que tanta sangre derramó en la Guerra Civil de Franco contra la República, este país nuestro continúa dividido en esos mismos dos bandos que pugnan, permanentemente, entre sí, lo hacen en la vida pública y social, en la política, en la económica, en la religiosa, en la cultural y, cómo no, en la laboral, donde el discurso fácil es que de casi todo la culpa la tiene el rico. Ricos como Amancio Ortega, que acumula una fortuna de 17.000 millones de euros, que comenzó a trabajar en una camisería de La Coruña con 14 años y que a día de hoy le da trabajo a casi 170.000 personas. Pero es rico, en consecuencia explota al obrero, especula, hay, por tanto, que quitarle más y aunque es lógico y natural que el que más tiene más aporte, tampoco es justo por tenerlo demonizarle por haber sido lo suficientemente inteligente o trabajador para sumar fortuna. Normalmente los que le señalan no brillan, precisamente, por su apego a laborar.
Esto es de ahora pero es de siempre. Un ejemplo es la memez reciente de la vicepresidente del Gobierno Yolanda Díaz con respecto a su idea sobre crear una herencia universal para jóvenes mediante la cual al cumplir los 18 años puedan recibir un cheque de 20.000 euros para que, así, puedan invertir en vivienda, educación o lo que quieran y que pagarían los más ricos al ser gravados con nuevos impuestos, sobre todo en materia de patrimonio o sucesión. Por una vez, para variar al menos, podría proponer recorte en estructura gubernamental en un país que no encuentran paragón con otros en duplicidad competencial, con gobierno central, autonómico, diputaciones provinciales, mancomunidades, grupos de desarrollo y cabildos locales, todo ello con una ingente masa de personal funcionarial, la mayoría de las veces necesario, y político, la mayoría de las veces lo contrario.
La formación Sumar se agarra a un titular fácil para pescar el voto de los jóvenes, a quienes se les ofrece un talón con 20 mil euros y, en su mayoría, harían ante la oferta el Camino de Santiago dando volteretas. Normal. Pero no es real, ni justo. Ni educativo. Porque el dinero hay que ganárselo y el gobierno lo que debe hacer es fomentar el empleo, la igualdad de oportunidades, facilitar la creación de empresas, fomentar la inclusión de los jóvenes en las mismas con ayudas fiscales y generar un espíritu productivo y perseverante, una cultura del esfuerzo y del trabajo y no ir regalando talones al hacer los dieciocho y, menos, alentar la guerra entre bandos gravando el impuesto de sucesiones cuando el que tiene algo que donar, sea un palacio o un piso en la playa, ya pagó sus impuestos por ello y es el fruto del trabajo de una vida, con el derecho de donarlo a quien quiera sin tener que pagar otra vez por ello. Según el INEM, en 2024 cumplirán 18 años 495.345 jóvenes que, a 20.000 euros por cabeza, supone 9.906.900 euros. Casi diez millones al año.
Pero claro, hay que demonizar al que tiene más o, ya puestos, al que tiene algo, como la soflama sindicalista de este primero de mayo, y que viene de la propia ministra de Hacienda a compás con los sindicatos, María Jesús Montero, proponiendo que los trabajadores participen de los beneficios de la empresa. ¿También en las pérdidas? La mayoría de las personas que trabajan por cuenta ajena no quieren oír ni hablar de meterse a autónomos y montar un negocio, de ser empresarios, menos en un país donde serlo te convierte en sospechoso pese a que des trabajo y sueldo, como Ortega, a tantas miles de personas. Porque ser empresario trae el desvelo muchas noches. Y no es un discurso en defensa de posiciones de derecha contra otras de izquierdas porque no todo debe medirse estando en un bando u otro, en ambos lados hay lógica e insensatez repartidas casi a partes iguales. Lo malo es usar la miseria de la gente, de los jóvenes, de esa clase obrera que cuando llena el carro de la compra se pregunta qué ha pasado para que todo valga el doble, o más, trazando así líneas más gruesas entre bandos y amenazando con nuevos gravámenes fiscales cuando es obvio que la inflación se ha ido de las manos. Es cierto que con los datos de enero España sigue siendo el país de la eurozona con una menor tasa de inflación junto con Luxemburgo, un 5,8 por ciento frente al 8,5 que registró de media los países de la zona euro, pero eso importa poco cuando en el súper ya casi nada vale menos de dos euros: tres manzanas, medio melón, un paquete de arroz o una mísera bolsa de patatas fritas.
Es como la nueva versión sobre la de Ley de Vivienda mediante la cual se rebaja a cinco las casas a una gran tenedor y se propone un tope al alquiler en zonas tensionadas, tanto para grandes caseros como para pequeños. Y quizás sea justo a tenor de la envergadura del problema, pero no lo son los constantes incumplimientos en la materia y hay que recordar que Pedro Sánchez prometió 100.000 viviendas públicas en 2021, de las cuales nunca más se supo, y ahora, en proceso electoral, anuncia la reforma -que a saber- de las 50.000 viviendas de la Sareb, que son inmuebles tóxicos de las cajas de ahorros, para alquiler asequible. Pero mientras todo esto pase, traza pasos acotando el alquiler privado, en algunos casos en manos de grandes tenedores y, en otros, de pequeños ahorradores que han hecho del mercado inmobiliario su negocio de vida. Las dos Españas otra vez, las de Machado: "Españolito que vienes al mundo de guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón".
Estas Españas siempre vuelven en campaña política, la arengan quienes hacen uso para proclamarse salvadores patrios y, es fácil, juegan con la necesidad de la gente, a quienes un gobierno lo que debe es dotarles de recursos para prosperar. Unos ofrecen imposibles bajadas de impuestos y otros cheques a gogo. Pero partimos de un modelo nacional que es la propia administración pública y, más aún, su clase política, donde lo habitual no es prosperar mediante la ley del esfuerzo; es igual ser un funcionario bueno o malo, o trabajador o lo contrario, porque el puesto está garantizado, el sueldo también y a quien se critica siempre es a quien más trabaja y nada al que poco y en política se asciende por otras cuestiones que no mucho tienen que ver con la valía profesional, trayectoria o trabajo y capacidad de gestión, ante lo cual no es de extrañar que en esta España enfrentada domine el modelo de morder al rico por sistema obviando el esfuerzo y el tiempo que dedicó en serlo.
¿A quién no gusta, gustaría, tener una cuenta corriente muy sobrada? ¿Hasta qué punto esos números bancarios determinan nuestra posición ideológica? Hay ricos de izquierdas y pobres de derechas, sí, aunque el granero de votos está en el centro y fluctúa a un lado u otro según momentos, liderazgos, situación económica... Lo clavó Paco de Lucía, enorme, trabajador, artista sublime y sincero en el manejo de la cuerda y del verbo: "Fui de izquierdas hasta que gané los dos primeros millones de pesetas". Luego dejó de interesarle la política.