La celebración de las elecciones andaluzas va a poner de manifiesto una especie de relevo generacional en el arco parlamentario que se va a hacer muy palpable en la bancada socialista, como consecuencia del nuevo rumbo liderado por Juan Espadas.
Puede que ese relevo sea más “familiar” que generacional, mas relevo al fin y al cabo, y bastante significativo en el caso de figuras relevantes dentro de la historia reciente del PSOE, caso de Manuel Jiménez Barrios, que abandonará la política institucional tras desempeñar diferentes cargos de responsabilidad durante más de treinta años.
Eso es más tiempo que la vida laboral de muchos curritos, y mucho más de lo que él mismo ha podido dedicar a labrar su propia carrera profesional como diplomado en Relaciones Laborales, pero quien se considere capaz de controlar su propio destino que venga a contarlo después de experimentar en qué consiste la pérdida.
Es poco probable que, en otras circunstancias, hubiese tenido que precipitar este adiós. Al menos, es lo que se deduce de la entrevista concedida esta semana al espacio Siente Cádiz de 7 TV, en la que habló de tener “asumidas” desde hace tiempo las preferencias del nuevo secretario general y de aceptarlas “con deportividad”. Intuyo que no es falsa modestia.
Otros muchos socialistas que le han precedido, y que se vieron obligados a dar el mismo paso, tampoco tuvieron reparos en reconocerlo, con otras palabras, en diferentes circunstancias, pero obedeciendo a una forma muy concreta de entender la pertenencia al propio partido que el tiempo dirá si quedará en desuso, como lo hacen hoy en día la cortesía, los modales o la buena educación.
Sin necesidad de guardarles simpatía -puede que en algún caso en lo personal, pero no en lo político-, se advierte en ese perfil en retirada más verdad que la que hayan podido contar en centenares de comparecencias públicas.
Ajenos al discurso institucional, prevalece la reivindicación del servidor público, pero también la fe notarial de quien sabe atestiguar un tiempo nuevo que poco va pareciéndose al de los primeros años de su andadura política, y convencido de que va a peor, que es lo que viene a atestiguar Jiménez Barrios al evaluar la forma de hacer política en la última década: “La aparición de las redes sociales ha venido a cambiarlo todo, y especialmente la política, donde ahora se ha perdido, en mi opinión, la posibilidad de la reflexión serena. Alguien puede preparar durante meses una iniciativa, y en un minuto ha sido fulminada por alguien a quien se le ha ocurrido una genialidad en las redes. Eso es lo que ha cambiado, y la crispación. Siempre ha habido posiciones políticas diferentes, y se discutían con ardor, pero lo de ahora en algunos casos se pasa de la raya”.
Y cuesta no estar de acuerdo con él. Primero, en la constatación de los hechos, de esa realidad insoportable en la que hay diputados más pendientes de su teléfono móvil que de los discursos desde el atril, y más de responderle a alguien en Twitter que al interlocutor elegido por los ciudadanos. Segundo, en la dimensión misma de esa realidad, por cuanto retrata el fin de una etapa y el del peso de una generación, la que vivió de cerca una transición democráctica a la que muchos pretenden convertir ahora en una anécdota o en un accidente irrelevante.
“En estos momentos -prosigue en la entrevista- yo creo que el nivel de la discusión política es peor, porque no da tiempo a la reflexión ni al debate sereno. Ahora todo el mundo está pendiente de largar un titular a los medios de comunicación, sin la profundidad necesaria y el análisis que tiene que tener detrás cualquier iniciativa política para mejorar la vida de la gente”.
Cabe reprocharle, ahí sí, que eso mismo puede trasladárselo a representantes de su partido, que tampoco se libra de la mancha, ni siquiera por imitación, pero insisto en el trasfondo de un análisis que advierte desde dentro del ocaso de una época, de un modo de entender la política antes de que la corrupción viniera a pudrir su concepción a los ojos de la opinión pública. En ese ocaso estamos todos.